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sábado, 29 de junio de 2013

Crítica de "Borracho, un after musical", de Leo Bosio (libro) y Jano, Flor Benítez y Hernán Segret (letra y música)

Crítica de Borracho, un after musical

Buenos Aires, Argentina.
Temporada 2013 (Sala Siranush).

Calificación: 6/10



¿De qué se trata?: Un musical conceptual, de estructura no convencional, que sumerge al espectador en un bar, donde dos parejas viven idas y vueltas en su vida amorosa, acompañadas por música y tragos. Así, el alcohol desatará sus emociones y les abrirá un nuevo panorama.

El punto fuerte de la obra: Josefina Scaglione.
La rosarina que protagonizó West Side Story en Broadway sigue deslumbrando y probando que es uno de los grandes talentos jóvenes. Desde su entrada vigorosa, cantando una maravillosa versión de “Poker Face”, se gana con creces el reconocimiento del público. Su pulida técnica vocal es indiscutible, pero también sabe cantar con matices, porque es una excelente actriz, y es esa condición de artista integral la que transmite tanto. Por supuesto, su postura y su baile también suman. Nunca sale de personaje (hay que reconocer que los otros intérpretes tampoco), al que compone en forma muy verosímil. Improvisa sin problemas, moviéndose con una naturalidad destacable e interactuando con el público sin caer en excesos. Es sorprendente ver a una actriz que realmente vive la situación que le toca asumir en una obra, trascendiendo lo que solo es correcto o esperable para buscar nuevas formas expresivas. Por eso, es muy intuitiva. Esto se habrá logrado, seguramente, como resultado de un trabajo de taller previo para desarrollar la obra, bajo la dirección de Leo Bosio, quien también escribió el delirante libro (por momentos, intencionalmente incoherente).
Su puesta es sumamente creativa, y lo reafirma como creador imaginativo, que además hace que sus recursos sean teatrales, funcionales a la trama (en realidad, al concepto). Es, en efecto, un musical que busca crear una atmósfera (y evocar sensaciones en el espectador), antes que presentar una historia delimitada. Es decir, al menos yo interpreté (porque está claro que Bosio prefirió dejar muchas cosas a libre interpretación) que se quería introducir al espectador en el mundo de la borrachera, asociada al romance. Sí, la obra quiere que experimentemos lo que se siente estar alcoholizado en un bar, sufriendo por amor, y, probablemente, buscar identificación. Y logra transportarnos a un mundo extraño, bastante bizarro, por momentos onírico.

Nos mezclamos en el ámbito de los personajes, sintiéndonos cercanos a ellos, y hasta asfixiados por sus preocupaciones, en un bar donde todo parece ser posible. Para esto, es importante la disposición de los asientos de la sala. Quienes se sientan adelante se ubican en sillones, que forman livings (por eso, es recomendable tratar de conseguir las entradas con cierta anticipación), entre los que los actores se mueven, creando un efecto fantástico. Se borran, así, las barreras, y los artistas involucran al público en la historia. Por eso, se suben pocas veces al escenario propiamente dicho. Indudablemente, la puesta (que es promocionada como una “intervención teatral”) tiene personalidad, y es un acierto.
La obra promete retratar “La borrachera no patológica como estado de lucidez del alma y de la mente” y retratar la premisa “Perderse para encontrarte”. Entonces, se desarrollan una serie de cuadros (algunos aparentemente inconexos), a los que el espectador debe dotar de sentido. Los parlamentos no caen en lo explícito. Esto puede generar inconvenientes con los espectadores más conservadores, pero ciertamente genera un clima distinto y entretiene en el proceso (tal vez, hasta llega a oprimir).
En esa línea, me gustaría destacar la última escena, con la canción “Deewangi Deewangi” (http://www.youtube.com/watch?v=VzLG6OqOcn8), que brinda un momento desopilante, al hacerle preguntar al espectador “¿De verdad está pasando esto?”, y tiene un gran trabajo coreográfico de la creativa Seku Faillace.

Se trabaja con los quiebres, tal vez por ser propios de las lagunas que genera la borrachera, o para plantear hasta qué punto las escenas son como las vemos, o son modificadas por la ebriedad.
En cuanto a la selección de la música (algunas son canciones originales y otras no), es peculiar. No diría que es funcional a la trama, pero sí desconcierta al espectador, algo que es fundamental para generar contrastes que ilustren las “revelaciones” que evoca la bebida. Aparte de los cuadros donde canta Scaglione, también se destaca la expresiva voz de Flor Benítez, y su sólida actuación. Ella también tiene posibilidad de destacarse como compositora.
La participación de Jano (en un mini-recital) es un momento que se disfruta. Él se revela como un artista interesante y apasionado, y muestra sus dotes como músico tocando el piano y la guitarra. Además, hasta actúa un poco.
Leo Bosio y Pablo Martínez tienen menos posibilidades para lucirse durante sus canciones, pero brindan muy buenas actuaciones, demostrando que el equipo está muy consolidado, y que todos tienen incorporados no sólo a sus personajes, sino a los de los demás, sabiendo interactuar de manera precisa.
Hernán Segret compuso la canción “Bailese quien pueda”, cuyo videoclip se proyecta al inicio (http://www.youtube.com/watch?v=GCpaOR3pgBY), y que es luego cantada por Jano. Tanto la canción como el videoclip logran sembrar el clima gris del desamor previo al encuentro en el bar, y sirve para marcar un nuevo contraste.
Y, hablando de videoclips, mientras el espectador espera a que comience el espectáculo, puede disfrutar de una selección de divertidos videos de canciones de décadas pasadas. Cabe aclarar que, si bien se ofrece comida y bebida, no es obligatoria la consumición.
La iluminación es un ejemplo más de saber aprovechar los recursos disponibles de la mejor manera.
Lo único que me gustaría objetar (como lo hice en la crítica de tick, tick, ¡BOOM!) es el excesivo uso de humo. Entiendo que ayuda a enmarcar el delirio, pero no es necesario y dificulta el canto y molesta a los espectadores. En realidad, otra cosa que no me convenció (pero por gusto personal) fue el horario. Me parece que hay ciertas personas a las que se les complica que la obra empiece a las 23 (no se notó, de todas formas, en la sala llena), sobre todo para los que viven más lejos. Al menos porque, en la función del 13 de junio, el espectáculo recién empezó a las 00:08 (por un recital de Diego Frenkel programado antes de la función) y terminó a la 1:28 aproximadamente, hora en la que la frecuencia de colectivos es menor. El horario de inicio es, no obstante, comprensible, porque desde la semana próxima tanto Scaglione como Bosio participarán de la esperada Vale todo (Anything goes), que también tendrá función los jueves.
Nota: De todas formas, esto no empaña el resultado artístico, y es solo una paranoia de alguien que ese día fue víctima de la inseguridad (aunque no cerca de la zona del teatro), y aunque pudo correr y no ser alcanzado por ninguno de los cuatro individuos (la adrenalina activa las habilidades atléticas, aunque en otras ocasiones sean pocas), pero llegó a la Sala Siranush con el pantalón roto y la rodilla lastimada.

En resumen: Un viaje hacia la conflictiva mente de cuatro personajes desilusionados o esperanzados con respecto al amor, mientras se encuentran en un bar (al que el público asiste), y ven las cosas distintas a partir del alcohol y la música. Gran interpretación de Josefina Scaglione e imaginativa puesta de Leo Bosio, que rodea al espectador con una atmósfera particular. Una obra sencilla que tiene la virtud de no ser pretenciosa.

Más información:
Dirección: Leo Bosio.
Teatro: Sala Siranush (Armenia 1353).
Duración: 1 hora 15 minutos.
Funciones: jueves a las 23 hs.
Entradas: $100.
Promociones: 2x1 con Club La Nación (límite de 30 cupos).


Fotos: https://www.facebook.com/BorrachoUnAfterMusical y ticketek.com.ar


martes, 18 de junio de 2013

Crítica de "Los Locos Addams", de Andrew Lippa (letra y música), Marshall Brickman y Rick Elice (libro), en versión de Enrique Pinti

Crítica de Los Locos Addams, el musical

Buenos Aires, Argentina.
Temporada 2013 (Teatro Ópera Citi).

Calificación: 7/10



¿De qué se trata?: Merlina Addams se enamora de un joven “normal”, Tomás Beineke, y quiere que las familias se conozcan. Los Beneike son, entonces, invitados a la estrafalaria mansión Addams, pero las cosas se complicarán…

El punto fuerte de la obra: en este caso, es difícil de determinar por los siguientes factores…

1* Es evidente que se trabajó en los rubros técnicos en forma superlativa, y eso se destaca inobjetablemente. El problema es que nunca me gustó juzgar una obra por su escenografía, porque un buen musical debería usarla como complemento y no como la atracción central. Y eso sólo se logra con bases fuertes, de la que el material original carece. Por supuesto, lo que se ve en escena no deja de ser impresionante estéticamente e inventivo. Es verdad que uno se puede conectar con la historia a través de un buen ambiente escenográfico, pero el teatro es mucho más que eso. Mucha gente festeja recursos efectistas con aplausos que no destinan para otros cuadros, y ahí se evidencia lo endeble de hacer principal lo que debe ser secundario. Por eso es que, aunque la escenografía y los rubros técnicos sean increíbles, no los puedo elegir como el punto más fuerte de la obra.
Al salir del teatro, algunos se preguntaban quién había sido el escenógrafo, por eso cabe aclarar que el decorado es una copia del original de Broadway, que seguramente fue traído desde Brasil a la Argentina por la productora T4F. El diseño del telón, que se va amoldando para mostrar distintas secciones del escenario, es absolutamente funcional a las transiciones escénicas y crea marcos muy lindos para las acciones. El teatro Ópera (uno de mis preferidos) es especial para este despliegue, que me gusta apreciar desde el superpullman.
La escenografía es muy dinámica, pues los decorados (por ejemplo, el cementerio, el jardín o el comedor; todos maravillosos) cambian constantemente (vemos, además, distintos ambientes de la casa y ángulos del jardín) y se introducen nuevos recursos. Todo esto sucede sin quiebres gracias a los técnicos que trabajan detrás de escena y a los integrantes del ensamble. El manejo de efectos y títeres y el recurso del tío Cosa también enriquecen visualmente la puesta. Además, el sonido es bueno, aunque evidencia las diferencias de técnica vocal en números donde cantan varios personajes. Seguro se irá ajustando.
El maquillaje (también un calco del de Broadway) es realmente detallado y asombroso. Permite, junto con el vestuario, dotar a todos los personajes de su personalidad. Es un componente esencial para dotar de vida a las criaturas.
La iluminación tiene momentos muy logrados, aprovechando la extensión del escenario y jugando con el tiempo (en las escenas en las que el tío Lucas dialoga con el público o cuando Merlina lanza la flecha). El cuadro “La Luna y yo” resulta muy atractivo por sus recursos lumínicos.



2* Si no hay historia, la escenografía no tiene sentido. Y el libro original no es muy sólido. De hecho, me sorprendió lo flojo que es el segundo acto desde la escritura. El punto más alto de se encuentra en la segunda mitad del primer acto, culminando en la escena mejor lograda de la obra: “La verdad desnuda”. La traducción de un texto que debe ser humorístico,  pero no propone tanta creatividad, debía ser encargado a alguien que pudiera dotarlo de interés, originalidad y gracia. Por eso, la adaptación del libro y las canciones de Enrique Pinti me parece digna de valoración. Con su estilo reconocible, apuntes humorísticos para adultos y referencias a la cultura argentina (algunas más ocurrentes que otras), logra sacar varias sonrisas y carcajadas a los espectadores. Los Locos Addams se publicita como “El musical más divertido de Broadway”, y está muy lejos de ser eso. Si bien divierte con varias situaciones, recurre demasiadas veces al chiste fácil, a lo obvio. El mérito de Pinti es que la versión argentina tenga personalidad, y algunos diálogos inspirados. No obstante, no creo que sea el punto fuerte de la obra por la carencia de un libro muy consistente. Gran parte del humor e ingenio del original está puesto en las canciones, que Pinti adaptó con solvencia.



Por todo esto, me quedo, como lo más destacado de la obra, con la brillante actuación de Dolores Ocampo como Alice Beineke (la madre del novio de Merlina). Había escuchado mucho de esta intérprete del circuito off, y ella realmente se roba algunas escenas. Logra la difícil tarea de destacarse en la comedia con un personaje estereotipado, pero desopilante y muy bien compuesto, y lo hace desde que entra a escena, con mucha intuición actoral. Su actuación logra risas genuinas, por la forma en que ella enuncia su texto. Su gran momento es durante el cuadro “La verdad desnuda”/“Esperando” (que cierra el primer acto), donde explota su talento como actriz y cantante en un momento de desborde magníficamente interpretado.
Me pareció, además, la mejor escena del musical porque se produce un interesante juego escénico entre todos los actores de la obra, que cautiva al espectador, con un buen ritmo e intervención adecuada de la partitura.



Pasando al resto de los actores, tenía mis dudas con respecto a la pareja central: Homero (Gabriel “El Puma” Goity) y Morticia Addams (Julieta Díaz), porque siempre dudo cada vez que se convoca a artistas que no tienen experiencia en comedia musical. Hay muchos que tienen experiencia en comedia musical, pero siguen sin cantar bien y otros que sorprenden siendo principiantes. Eso sí, haciendo un paréntesis, hay castings descabellados (por ejemplo, el rumor de que Moria Casán integrará la reposición de Sor-presas).
Luego de ver Los Locos Addams, me parece que la actuación de Goity es comparable a la de Francella en Los productores o El joven Frankenstein. Al cantar, si bien asume unas pocas notas un poquito más arriesgadas (la partitura tampoco le brinda muchas), no convence. Se queda en el recitado o en algo mesurado, y está bien que así sea, antes de que se arriesgue a hacer algo que no puede. Tiene algunos vicios, que buscan ocultar falta de técnica. De esta forma, sus canciones no son precisamente melodiosas, pero él las encara astutamente desde el humor. Sin embargo, me pregunto, ¿era necesario que Homero cantara bien? A juzgar por el resultado de la obra, no. Goity es un muy buen actor cómico, y sabe que ese es su fuerte. Y eso es lo que el personaje requiere. Tal vez alguien que sí sabe cantar bien y que podría haber obtenido el rol no tiene su timing o carisma para llegar al público como él. Al no ser un musical exigente vocalmente, Goity no se destaca cuando canta pero no queda tan expuesto. En cambio, en los momentos de texto, busca la complicidad con los espectadores y se divierte en escena, explotando la locura que le exige su personaje y jugando con gestos y acentos. Su forma de decir algunos diálogos los hace graciosos aunque no lo sean. Obviamente, también está atrapado en el problema de no contar con un texto con enredos imaginativos, pero tiene varias líneas escritas por Pinti a su favor. Se defiende bailando el “Tango de amor”.
Precisamente en el baile se destaca Julieta Díaz, que como cantante también deja que desear, pero tiene mucha gracia para moverse. Compone bien a una Morticia misteriosa desde su postura, y asume su personaje con convicción y buen manejo de la voz (hablada), replicando algunos gestos de personificaciones anteriores.
Debo aclarar que vi la obra en la avant premiere del lunes, y todavía es una etapa en la que no está todo dicho, y puede que tanto Goity como Díaz se vayan perfeccionando en el canto.



Laura Esquivel sí demuestra que tiene una buena voz, y se destaca su proyección vocal. Actúa con seguridad, y su particular estilo gestual e histriónico al cantar no desentona, en pos de la locura general de la familia. También sale airosa bailando en un par de ocasiones. Se luce cantando en “Un nuevo camino”, donde aprovecha la fuerza que adquiere la melodía en su voz. Lleva adelante la obra en más de una ocasión.

En la función a la que asistí, Pericles fue interpretado por Kevin Tomás La Bella, del cual destaco la constante mirada de abatimiento que requiere el personaje y el compromiso con su solo (“¿Y si?”), en el que también brinda un buen desempeño vocal (tiene una nota final con cierta complejidad y él la encara bien), solo en el escenario.
Gabi Goldberg (Abuela) y Marcelo Albamonte (Largo) tienen papeles pequeños que no les dan suficientes chances para destacarse, pero se desenvuelven correctamente. Santiago Ríos (Tío Lucas) hace un buen manejo de la voz de su personaje cuando actúa, pero no tiene solvencia para el canto. Su “historia de amor” le permite hacer uso del humor.
Alejandro Viola (Mauricio Beineke) realiza un muy buena y convincente interpretación como el padre del novio de Merlina, Tomás (Marco Dimónaco, cuyo personaje tampoco le da muchas oportunidades de lucimiento). La idea de mostrar que todas las familias son anormales es interesante, pero todo se resuelve demasiado rápido, sin profundizar y sin originalidad.
El ensamble (con algunos artistas experimentados) está lamentablemente desaprovechado por el texto original, y queda demasiado relegado.

Las canciones no son un aspecto sólido de este musical. Si bien sirven para expandir el humor, las melodías no se destacan (tal vez la más interesante sea “Un nuevo camino”, interpretada por Merlina, aunque se pierda el juego de palabras de la original, “Pulled”), ni cumplen siempre una función teatral (sí lo hace “La verdad desnuda”).
No obstante, la orquesta, dirigida por el siempre excelente Gerardo Gardelín resulta uno de los componentes esenciales, sobre todo porque, hoy en día, no es frecuente que haya tantos músicos en el foso (por eso es valioso que T4F invierta en tener a muchos artistas tocando en vivo, así como arriba del escenario, y varios técnicos detrás de él). Lamentablemente, hay gente que sigue considerando que la obertura es música de fondo, y habla encima de ella, pero el desenvolvimiento de los músicos es intachable.

De la dirección (de Jerry Saks) se puede mencionar el buen ritmo impreso al relato.


En resumen: La versión argentina del musical se propone mejorar el texto original (de base endeble) a través de la efectiva adaptación de Enrique Pinti, y se focaliza en el humor, bien llevado por Gabriel Goity, más que en lo estrictamente musical. Laura Esquivel se luce cantando, Julieta Díaz sorprende bailando y Dolores Ocampo brinda la mejor interpretación. La escenografía y los rubros técnicos son excelentes. Logra entretener a un público variado.

Más información:
Dirección: Jerry Saks.
Teatro: Ópera Citi (Av. Corriente 860).
Duración: 2 horas 35 minutos (incluyendo un intervalo de 15 minutos).
Funciones: jueves (20:30), viernes (20:30), sábado (17:00 y 21:00) y domingo (19:00).
Entradas: $70, $90, $130, $190, $250, $320 y $350.
Promociones: 15% de descuento con Citi y descuento en localidades de platea en "Tickets Bs. As." (Cerrito y Diagonal Norte).

Fotos:
http://ar.omg.yahoo.com/fotos/los-locos-adams-en-argentina-1370975458-slideshow/
http://www.facebook.com/LosLocosAddamsMusical
http://www.redteatral.com.ar/versiones-musicales-los-locos-addams-13927&id_generos=
 

martes, 11 de junio de 2013

Crítica de "Forever Young", de Eric Gedeon, en versión de Paco Mir, Joan García, Carlos Sans, Pablo Kompel, Sebastián Bultrach y Daniel Casablanca

Crítica de Forever Young

Buenos Aires, Argentina.
Temporada 2012 – 2013 (Teatro El Picadero) – 2014 (Teatro Metropolitan Citi).

Calificación: 7.5/10


¿De qué se trata?: Un musical con un amplio repertorio de canciones de los 70s, 80s y 90s, que cuenta un día en la vida de seis ancianos que han sido artistas y viven juntos en un geriátrico. Las canciones les sirven para combatir el aburrimiento y no perder la vitalidad, enfrentando la vejez de la mejor manera (con alegría), y aprovechan para divertirse con ellas cada vez que la enfermera se ausenta.
Basada en la versión catalana (del grupo Tricicle) de un musical noruego (Evig Ung).


El punto fuerte de la obra: las interpretaciones. Sin dudas, los actores son el alma de esta obra, que probablemente no sería tan efectiva si no se hubieran confiado los roles a actores tan buenos, todos experimentados en teatro musical. Parece una paradoja, pero muchas veces se priorizan otras cosas antes que la formación de un actor o lo que transmite en escena, y tiene un gran valor que la producción haya elegido a estos artistas.
Ivanna Rossi, Martín Ruiz, Melania Lenoir, Omar Calicchio, Walter Canella, Andrea Lovera y Dan Breitman son un derroche de histrionismo, y humanizar sus caricaturas. La composición de los personajes está abordada desde la actuación, que la fortalece, y por eso funciona. Los personajes tienen matices, relieves, son cercanos al público, que puede identificarse con ellos. El director, Daniel Casablanca, seguramente tuvo mucho que ver con esto y con la forma en que se vinculas los viejitos, que permanecen toda la obra en escena. Todos los actores saben plantarse y moverse en el escenario con oficio, siempre en personaje, al que habitan. Atraviesan pasajes que requieren de distintas pautas con solvencia, como la rutina de ejercicios, el baile, la reacomodación de cada uno en su lugar o la gran escena con parlamentos de Shakespeare, y tienen el manejo del humor sumamente afianzado.
Gimena Riestra ya ha sido alabada por muchos críticos por su papel de enfermera, y se merece la ovación que recibe. Demuestra intuición escénica, timing y una buena voz para cantar. Su personaje le permite desplegar su talento, presentar a los personajes, generar constantemente situaciones distintas, y dar un vuelco hacia el final de la historia. Hace grande un rol secundario.
Gaby Goldman, por su parte, sigue demostrando que es un pianista y arreglador brillante, pero suma una faceta actoral, en la que se mueve muy bien, en pequeñas intervenciones.


Debo decir que cuando leí cómo estaba estructurado el musical, todo parecía indicar que sería un divertimento chato, porque las canciones aparecían sin tener relación directa con una trama (esta obra carece de un argumento tradicional), como sí sucede en cualquier musical hecho y derecho. No obstante, la resolución de este problema me sorprendió gratamente, si bien es cierto que las canciones no sirven para hacer avanzar la trama ni tienen relación directa con lo que sucede en escena, son fundamentales para dotar de diversión la vida de los protagonistas, cambiando su forma de afrontar la vida. En ese contexto, los personajes no podrían vivir sin música. Además, algunas marcan climas, potenciadas por los arreglos (como “Smells Like Teen Spirit”, que logra transmitir mucho a partir de cómo se canta). También, es notable que una canción como “Barbie Girl” llegue a dar escalofríos gracias a su uso dentro de la obra. Otro momento destacable es la interpretación de “Forever Young” (por Melania Lenoir) que viene después de esa escena, y adquiere un sentido renovado a la luz de lo que pasa.
La selección de canciones fue realmente muy buena y amplia (conviven “El lago de los cisnes”, “Una lágrima sobre el teléfono”, "Notti Magiche", “Roxanne”, “Chiquitita”, “0303456” y “El Rock del Gato” por dar ejemplos de su heterogeneidad), dado que traviesa varias generaciones y géneros. Es por eso que la versión argentina (de Paco Mir, Joan García, Carlos Sans, Pablo Kompel, Sebastián Bultrach y Daniel Casablanca) es creatividad pura, y esto se traslada también a los momentos del libro donde no se canta. La obra hace un manejo ejemplar del humor, puesto que hay gags efectivos permanentemente. El staff de adaptadores argentinos partió de un concepto catalán (basado en la obra original noruega), pero lo dotó de originalidad, personalidad e identidad argentina, apelando al público local con las canciones (el cuadro de rock nacional es un gran momento) y los chistes, buscando su identificación. Hace unos meses, estuve presente en los premios Florencio Sánchez, donde Gimena Riestra subrayó lo importante de apropiarse del material, y abordarlo con creatividad antes que encararlo desde lo superficial (no recuerdo exactamente las palabras que usó, pero Pepe Cibrián se dio por aludido, tras su regular pieza Excalibur, y, por las dudas aclaró que su dramaturgia tenía corazón, sólo que sus obras eran más caras).
Volviendo al libro, este culmina con un giro interesantísimo, e invita a la reflexión y la emoción (ambas en forma sincera y desprejuiciada) en su último tramo.
Por poner un ejemplo de los localismos, despierta carcajadas la mención de Guillermo Francella (aunque ya está cremado y reducido a cenizas, siguen repitiendo Casados con hijos), Julio Chávez (en el borda) y Les Luthiers (vivos, de gira entre Madrid y Buenos Aires).
La escenografía de María Oswald es vistosa, y tiene pósters de comedias musicales argentinas que llamarán la atención de todo fanático del género. El vestuario es simpático y el maquillaje y las pelucas son indispensables para construir la lograda apariencia de los viejitos.
La coreografía simple de la siempre efectiva Elizabeth de Chapeaurouge aporta momentos divertidos.


En resumen: Una obra sencilla, que aborda un tema complejo (envejecer) y nos hace enfrentarnos a él y reflexionar desde el humor. Está apoyada en excelentes interpretaciones de artistas reconocidos del género y una gran adaptación del libro, pensada para el público local, llena de ingenio y gags y manejada con buen timing por el director Daniel Casablanca.

Más información:
Dirección: Daniel Casablanca.
Teatro: El Picadero (Pasaje Discépolo 1857).
Duración: 1 hora 35 minutos.
Funciones: miércoles a domingos.
Entradas: $170 a $200.

NOTA: INFORMACIÓN 2014
Elenco: Walter Canella, Christian Giménez, Melania Lenoir, Andrea Lovera, Mariela Passeri y Germán Tripel. Pianista: Pablo Bronzini.
Teatro: Metropolitan Citi (Av. Corrientes 1343).
Precio de las entradas: desde $180 hasta $240.
Funciones y promociones: consultar en https://www.plateanet.com/Obras/forever-young


sábado, 8 de junio de 2013

Crítica de "tick, tick,... ¡BOOM!", de Jonathan Larson

Crítica de tick, tick... ¡BOOM!

Buenos Aires, Argentina.
Temporada 2012 (Maipo Kabaret) – 2013 (Centro Cultural Konex).

Calificación: 7/10



¿De qué se trata?: Un compositor de musicales (Jon) que vive en Nueva York atraviesa una crisis cuando está por cumplir 30 años a principios de una década donde se pierden todas las certezas: 1990. En medio del desorden que experimenta su vida, se cuestionará su sueño de ser exitoso y su relación con quienes lo rodean, principalmente su novia (Susan, una bailarina) y Mike (su mejor amigo, un ejecutivo triunfante que ha dejado de lado sus aspiraciones artísticas). Todo será puesto a prueba, y él nos contará sus sentimientos en primera persona.



El punto fuerte de la obra: las letras y la música de Jonathan Larson, quien también ideó un buen libro. Su trabajo en Rent (por el que ganó el Pullitzer póstumo) fue incuestionablemente brillante, y obviamente tick, tick... ¡BOOM! no puede compararse con esa obra. Sin embargo, la genialidad de Larson aflora en algunas excelentes canciones y ciertos momentos del texto.
Considero que las mejores canciones son:
1) “Abrí los ojos” (“Come to your senses”).
2) “30/90”.
3) “Siempre se puede cambiar” (“Louder than words”).
4) “¿Por qué?” (“Why”).
Pueden escuchar las versiones en inglés acá:
Lo bueno de estas canciones es que, además de ser melódica y armónicamente atractivas, todas cumplen una función importante dentro de la obra, haciendo reflexionar tanto a los personajes como al público. Todas están cargadas de los sentimientos de los personajes, de emotividad.
Es inevitable la comparación de la obra con el musical conceptual Company (uno de mis preferidos, que llegará a Buenos Aires en unos meses), de Stephen Sondheim (presente y homenajeado en tick, tick... ¡BOOM!, al ser el compositor favorito del protagonista). En ella, Bobby también entra en crisis cuando cumple 35 años (la obra es sumamente inteligente, reflexiva y entretenida). Como el personaje de Jon, él también está permanentemente en el escenario y habla con los espectadores en constantes apartes, describiendo situaciones con sentido del humor. Si bien Larson no igualó en tick, tick... ¡BOOM! la incomparable habilidad de letrista de Sondheim, escribió versos ingeniosos para la obra, que a veces van más allá de lo evidente o explícito, para buscar que la poesía y música de las canciones realmente profundicen la acción dramática, evocando diferentes sensaciones. Invitan a sentirse identificado y pensar sobre la forma en que vivimos nuestros vínculos.
Además, Larson juega con el humor con acierto, y no cae en golpes bajos cuando debe tratar temas dramáticos. Muchas de las líneas buscan reflejar tipos de la sociedad moderna y burlarse de algunas situaciones que surgen de ellos. Entonces, por ejemplo, se retratan paródicamente un extraño brainstorming de una agencia de publicidad, los estereotipos de una oficina, el comportamiento de ciertas personas mayores en el teatro y conductas infantiles en los adultos. Jon es un personaje muy observador, crítico de las costumbres de la sociedad, y es él quien lleva adelante la historia, con gran cantidad de texto y momentos en los que está solo en el escenario, y debe recrear una situación a partir de su descripción (como hace por momentos Mark en Rent, cuando habla frente a su cámara).



La difícil tarea de interpretar a Jon recayó en Paul Jeannot, quien se pone la obra al hombro al estar, como se ha dicho, todo el tiempo en el escenario y tener que generar una conexión especial con el público. Jon es infantil, inquieto, soñador, verborrágico, inmaduro e inseguro. Muestra toda su fragilidad con honestidad y, a la vez, sabe reírse de sí mismo en medio de su crisis. La complejidad de encarar esa personalidad, transmitiendo además sus pensamientos, sentimientos y reflexiones, y tener a cargo el ritmo de la obra, al activar la imaginación al espectador, poniéndolo en contexto en cuanto a lo que no ve, es algo que se eligió contar desde el desborde (desde la actuación y la dirección de Nicolás Roberto). No significa que me parezca mal. De hecho, esa marcación ilustra el caos en la cabeza de Jon, que se muestra exaltado y vacilante y tiene sentido porque la obra se presenta desde su subjetividad y no adopta nunca otro punto de vista. Está a punto de explotar. El riesgo que se corre cuando se manejan los excesos es que lo que se observa no adquiere realismo. Si en la obra se hubiera profundizado la exploración dramática, hubiera llegado al espectador por otra vía (no podemos, no obstante, aventurar con certeza su resultado). Hago la distinción para indicar que fue una elección arriesgada, pero la obra sale airosa del desafío y llega a emocionar en su segundo acto, precisamente por la empatía que termina generando Jon, que nos confiesa todo y lucha por su sueño y por ser una persona mejor. Se genera un clima de angustia y desesperación, pero Jon no se muestra débil. Por eso resulta tan interesante y sorpresivo escucharlo cantar tras la revelación que cambia su forma de ver las cosas. A través de la letra de Larson, Jeannot puede expresar, en esa escena, los sentimientos más auténticos de su personaje. Ese momento rompe con la tensión gradual, y Jon adquiere matices más oscuros, y lo modificará hasta el fin de la obra.
Jeannot se apoya en su carisma, y se mueve con soltura y disfrute, comprometido con transmitir la historia y el desborde de Jon, y cabe destacar que demuestra su habilidad como pianista. Pero, además, realizó junto con el director la difícil adaptación del texto original, que resultó ser buena. No obstante, por momentos, al menos en la función a la que asistí (en el Maipo Kabaret) la música tapaba las voces de los intérpretes, impidiendo escuchar claramente lo que cantaban, pero es probable que el sonido se ido ajustando. Los músicos en vivo (Gonzalo Botí, Diego De Carlo, Martín Sokol y Juan Martín Damiani) realizan un gran trabajo.
Todos los actores cantan sin fisuras, y la partitura les brinda solos para su lucimiento.
Andrés Espinel compone a Mike, el incondicional amigo de Jon, y dosifica acertadamente sus emociones en un personaje que experimenta contradicciones. Además, hace que su vínculo con Jon sea verosímil al aconsejarlo y preocuparse por él. Se luce cantando “¿Es esto real?”, al final del primer acto.
Natalia Cesari interpreta a Susan (la novia de Jon) y a Karessa (la estrella de su musical, “Superbia”), y alterna uno y otro personaje con un simple cambio en su peinado, además de dotarlos de distintas formas de hablar, acertadamente. El recurso del pelo está magníficamente resuelto durante la canción “Abrí los ojos” (donde Cesari se destaca como cantante), en el que la actriz puede ser los dos personajes al mismo tiempo, y, en esa dualidad, cada uno le dice algo distinto al protagonista. Se la ve cómoda en el escenario.
Por otra parte, estos dos actores desempeñan otros papeles secundarios: padres de Jon, su representante y gente de la oficina, por ejemplo. Ellos les dan la posibilidad para exagerar aún más los estereotipos presentados.

La escenografía simple de Fabián Macina (realizada por Leandro Gorriti) resulta muy funcional. Javier Vázquez propuso un interesante diseño de luces, con fondos de colores, que resulta esencial para hacer más atractivas las escenas.


En resumen: Un musical pequeño, pero con grandes canciones de Jonathan Larson, con momentos ingeniosos y una temática para reflexionar sobre los miedos, los vínculos y los sueños. Alcanza un efecto peculiar, pues al trabajar desde el diálogo directo del protagonista con el público y la exageración introduce al espectador en la conflictiva mente de su protagonista, antes de buscar el realismo dramático. Consigue emocionar sin golpes bajos.

Más información:
Dirección: Nicolás Roberto.
Teatro: Centro Cultural Konex (Sarmiento 3125).
Duración: 1 hora 50 minutos (incluyendo un intervalo de 10 minutos).
Funciones: finalizaron el viernes 7/6/2013.
Entradas: $100.


Fotos: http://www.facebook.com/ttbargentina/


miércoles, 5 de junio de 2013

Crítica de "Más de 100 mentiras", de Joaquín Sabina, David Serrano, Fernando Castets y Diego San José

Crítica de Más de 100 mentiras
(el musical con canciones de Sabina)

Buenos Aire, Argentina. Temporada 2013.

Calificación: 8/10



¿De qué se trata?: Juan administra un bar (“Darling’s”) junto con su novia Magdalena, que era una prostituta, como las que diariamente se reúnen allí para obtener clientes. Ellos dos, junto con su amigo Tuli y Samuel, el hermano de Magdalena, idearon hace unos años un crimen que terminó con Tuli en la cárcel y Samuel muerto, por culpa de Villegas (el tío de Juan). Cuando Tuli sale de la cárcel (luego de tres años), busca a sus compañeros de delincuencia para llevar a cabo un nuevo plan, para vengarse de Villegas y ganar varios millones de peso, y así huir de sus secuaces, escapándose a Brasil. Todo esto, en lo que se denomina un musical jukebox (con canciones escritas previamente; en este caso, del español Joaquín Sabina).

El punto fuerte de la obra: la historia. No es mi intención faltarle el respeto a la notable habilidad poética de Sabina, pero las letras estaban obviamente escritas antes de desarrollar el musical, por lo que no puedo elegirlas como lo más destacado. Sinceramente, no me esperaba que la historia fuera sólida. No es que esta sea especialmente creativa o innovadora, ni los diálogos memorables, sino que es destacable por dos motivos. Primero, porque logra atrapar y entretener aún a quienes no son fans de Sabina (generando interés por sí misma, algo que no se logra en muchas propuestas con canciones conocidas). Segundo, porque, en gran parte de la obra, las canciones están integradas a la historia y a lo que viven los personajes, sin parecer descolocadas, algo también difícil de conseguir cuando se ajusta la historia a un material concebido previamente. Esto se cumple aunque lo que se genere sea una identidad entre la atmósfera que crea una canción y lo que sucede en escena.
Las canciones de Sabina son más reflexivas que narrativas, por eso resulta un desafío hilarlas con una historia. Por suerte, los dramaturgos encontraron la forma de incluirlas de forma que, aunque no hagan avanzar la acción, tengan como función describir los sentimientos de los personajes o transformarlos y darles matices, operando un cambio interior mientras cuestionan su situación. Magdalena no se siente de la misma forma antes de cantar “Contigo” que después. Juan no es el mismo antes de interpretar “Tan joven y tan viejo” que cuando esta concluye, pues ha madurado en el proceso.
Para mantener la coherencia entre el libro y las canciones, ayuda mucho que el universo que se plantea sea delirante, porque permite moverse con mayor libertad. En ese sentido, la puesta coquetea por momentos con el musical conceptual, por ejemplo, con las intervenciones de Samuel, el cuadro “Yo quiero ser una chica Almodóvar” o el uso especial del ensamble. Entonces, no resulta descabellado pensar que los personajes de las canciones de Sabina se podrían mover en un ambiente como el que se presenta.
Volviendo al libro (escrito por David Serrano, Fernando Castets y Diego San José), y adaptado para Argentina con localismos (celebrados por el público), presenta una buena historia de venganza, crimen y suspenso (más evidente en el segundo acto), con elementos dramáticos, cómicos (muy bien integrados y dosificados) y románticos (tal vez el punto más predecible), si bien uno intuye rápidamente qué rumbo va a tomar el relato (obviamente, sin saber sus pormenores). Además, muchas escenas tienen inyectadas un ritmo cinematográfico. Esto se evidencia, por ejemplo, cuando Magdalena relata a Tuli su visita a Ocaña (para contarle que Mosquito ganó la lotería), en una escena que se lleva a cabo en dos planes temporales simultáneos. El director (David Serrano) supo aprovechar las particularidades del texto y trabajó el pulso narrativo con exactitud, de modo que la historia no aburre, además de hacer un buen uso de la profundidad del escenario.


El ensamble:
No es una novedad, pues se ha dicho en numerosas críticas, pero el ensamble está compuesto por muy buenos artistas, y adquiere un lucimiento especial. La diferencia con otras propuestas con grandes o medianos ensambles (como, el año pasado, Mamma Mia! o, este año, El retrato de Dorian Gray), también integrados por personas preparadas, radica en su aprovechamiento. En ese sentido, el uso del ensamble en Más de 100 mentiras es inobjetable y singular. Por supuesto, detrás hubo nueve coreógrafos y está Elizabeth De Chapeaurouge como directora residente, pero la puesta les da mucho lugar para que su trabajo se potencie. Así, resulta difícil destacar sólo a un par dentro de un grupo sin fisura, donde se nota que hay un estilo de baile pulido. Varias coreografías son impactantes (por ejemplo, la de “19 días y 500 noches”), y muy teatrales, y los bailarines realizan figuras admirables, y es importante remarcar que detrás de lo que se ve en escena hay un dedicado trabajo previo de estiramientos y preparación. Pero, además de todo esto, el ensamble es único porque canta sin mostrar agitación, con solvencia y en vivo, mostrando su condición de artistas integrales. Esta parte me parece muy valiosa, considerando que producciones recientes (y con menor exigencia coreográfica) como El diluvio que viene tenían segmentos pregrabados para las partes cantadas en grupo.
Sin embargo, sí hay algunos tramos en donde no se entiende lo que canta el ensamble (aunque, como mencioné, prefiero que cante en vivo antes que se busque la solución de sustituir sus voces). No obstante, el sonido también se destaca, porque logra integrar bien la música y las voces de los intérpretes (esto se aprecia muy bien en el medley del final del primer acto), sin aturdir, en un teatro chico como el Liceo. También, hay que señalar que los músicos se encuentran separados (dos están en un palco bajo, y el resto, sobre el escenario, a veces, incluso invisibles al público), pero coordinan sin problemas. Como ha sucedido en muchos musicales modernos, los intérpretes se integran perfectamente a la música sin ver al director de orquesta. Los músicos (dirigidos por Hernán Matorra) son una pieza clave de la obra y realizan un papel brillante y aceitado, y los brillantes arreglos potencian su desenvolvimiento. Tal vez puedan, no obstante, molestar a algunos puristas de Sabina.



Los intérpretes:
*Luz Cipriota (Magdalena): se la ve muy cómoda en el escenario y genera empatía; se defiende cantando y baila con gracia.
*Christian Giménez (Juan): asume el compromiso dramático que le exige por momentos su personaje y lo expresa desde el canto (por ejemplo, en “Tan joven y tan viejo”).
*Diego Hodara (Mosquito): presenta algo distinto que en sus papeles previos, forjando complicidad con el público y aportando humor genuino, sin salir nunca de su personaje.
*Sebastián Holz (Samuel): se luce recitando sonetos, se divierte con su personaje, dialoga eficazmente con el público, e interactúa con desenvoltura en escena, además de tener la destreza de cantar y bailar bien al mismo tiempo.
*Carlos Silveyra (Tuli): transmite simpatía y disfruta en escena.
*Rodrigo Segura (Ocaña) primero actúa convincentemente y luego sorprende cantando; emociona con su interpretación contenida de “Una canción para La Magdalena”.
*Néstor Sánchez (Villegas) demuestra que es un buen actor, componiendo a un villano sólido.
*Daniela Pantano (Rossana): se mueve con seguridad.

La escenografía está bien realizada y es funcional al ambiente que se busca crear: las calles de un lugar de la ciudad oscuro y mugriento, lleno de corrupción, traición, crimen e irregularidades, por lo que se evitan los colores vistosos. El bar “Darling’s” tiene aspecto de barato, reciclado e inmoral, mientras que el cuarto donde está la banda pone a los músicos en foco, y tal vez su posición elevada sugiere la incidencia de las canciones en la vida de los personajes (como se ha dicho, los modifican). Las transiciones escenográficas se resuelven rápida y acertadamente al girar los decorados o bajar paneles. El vestuario es correcto, siguiendo la misma línea de no ser demasiado llamativo (salvo en “Yo quiero ser una chica Almodóvar”, donde el mundo del cine contrasta con la sombría realidad de los personajes), y la iluminación es fundamental para acompañar los climas, y, al mismo tiempo, no parecer marcarlos tan explícitamente. Otro dato que merece ser mencionado es la notable calidad del programa de mano.


En resumen: Un musical que vale la pena más allá de la poesía de Sabina, sino que tiene una historia que entretiene y un uso ejemplar del ensamble, y algunas escenas memorables. Cabe aclarar que esta crítica es de alguien que no es fan de Sabina.

Más información:
Dirección: David Serrano.
Teatro: Liceo (Rivadavia 1495).
Duración: 2 horas 35 minutos (incluyendo un intervalo de 10 minutos).
Funciones: miércoles a domingo.
Entradas: de $150 a $300.
Promociones: 2X1 con Club La Nación y Plateanet; 15% de descuento con Banco Ciudad; descuento en “Tickets Bs. As.” (Cerrito y Diagonal Norte).

Fotos: http://www.facebook.com/MasDe100MentirasArgentina/